El próximo 15 de septiembre, un meteoro se abrirá paso entre las nubes de la capa superior de la atmósfera de Saturno, ardiendo con fuerza y desintegrándose en cientos de pedazos. Si alguien pudiera observarlo desde Saturno, presenciaría un llamativo evento cósmico, no muy distinto a las estrellas fugaces que atraviesan el firmamento nocturno en la Tierra. Sin embargo, este meteoro no será provocado por algún pedazo de roca desprendido de un asteroide o cometa, sino por la sonda espacial Cassini en los momentos finales de su misión.
En cierto modo, puede decirse que la sonda será una víctima de su propio éxito. Cuando fue lanzada hacia Saturno, en 1997, no se sabía demasiado sobre el planeta, su sistema de anillos y sus lunas. El radar de la Cassini permitió determinar que la superficie de Titán, el mayor satélite de Saturno, estaba cubierta de lagos y mares compuestos de metano y etano. Pero cuando la sonda observó columnas de vapor de agua surgiendo de la superficie de otra de sus lunas, Encélado, su destino final terminó de definirse.
La comunidad internacional de científicos planetarios quiere preservar la integridad de lunas como Titán y Encélado por su potencial para el surgimiento de la vida. En los próximos años, nuevas misiones espaciales visitarán esos mundos, y la NASA no quiere encontrar en ellos microbios terrestres que puedan contaminar los resultados de sus experimentos en busca de vida extraterrestre.
Luego de 13 años en órbita de Saturno, la Cassini ya casi no tiene reservas del combustible necesario para modificar su trayectoria. Por lo tanto, cada órbita que completa alrededor del planeta incrementa las probabilidades de que se pierda el control sobre la sonda, y que eventualmente ésta termine cayendo en una de las lunas de Saturno. Por eso, la NASA tiene una buena razón para asegurarse de que la sonda termine su misión ingresando en la atmósfera del gigante gaseoso a unos 60 mil kilómetros por hora, desintegrándose por completo.
Algo similar ocurrió en Júpiter en 2003, cuando la sonda Galileo fue comandada a zambullirse en la atmósfera joviana a 173 mil kilómetros por hora para así proteger el océano de agua salada que había descubierto bajo la superficie de la luna Europa. Cada misión de la NASA a Júpiter o Saturno cuenta con un equipo de personas que comienza a planificar cuidadosamente el final de estas sondas con años de antelación. Algunos de sus integrantes han trabajado en las trayectorias de destrucción de la Galileo y la Cassini, y seguramente lo harán nuevamente cuando llegue el momento de disponer de la sonda Juno, hoy activa en órbita alrededor de Júpiter.
La experiencia de la misión Galileo fue muy importante para planificar el fin de la Cassini. Galileo fue la primera sonda en colisionar con un gigante gaseoso, y Cassini será la segunda en hacerlo. Para ello, se modificó la trayectoria de la sonda aprovechando el combustible restante y la gravedad de Titán. Esto permitió que la sonda pase a través del hueco que separa los anillos de Saturno a lo largo de 22 órbitas finales. Además, durante las últimas cinco órbitas, la sonda comenzó a rozar la atmósfera superior de Saturno, midiéndola in situ con sus instrumentos.
Ambos logros, que en fases previas de la misión no habían sido intentados por ser considerados demasiado peligrosos para la integridad de la Cassini, permitirán obtener resultados sin precedentes, que serán analizados por los científicos planetarios durante varias décadas. A pesar de ello, el final de la sonda en una llamarada de gloria será un momento difícil para el equipo de la Cassini, cuyos integrantes en muchos casos han dedicado más de 30 años de sus carreras a trabajar en la misión.