En la noche del 28 de octubre de 1937, el astrónomo alemán Karl Reinmuth descubrió un asteroide al que pudo observar por última vez durante la noche siguiente, antes de que resultara invisible por su proximidad al Sol en el firmamento terrestre. Una investigación posterior permitió identificar al objeto en fotografías obtenidas unos tres días antes de su descubrimiento.
Lamentablemente, las observaciones registradas durante ese período de cuatro noches consecutivas no permitieron calcular con exactitud los parámetros orbitales del objeto, pero resultaron suficientes para determinar que el asteroide, catalogado provisionalmente como 1937 UB, había pasado a poco más de 450.000 kilómetros de nuestro planeta (es decir, menos del doble de la distancia que nos separa de la Luna) durante el 30 de octubre de ese mismo año.
A pesar de numerosos esfuerzos por parte de astrónomos de todo el mundo, el asteroide no volvió a ser detectado, y durante 66 años fue el más famoso de los miles de asteroides “perdidos”, objetos cuyas órbitas nunca pudieron ser determinadas con precisión tras su descubrimiento. Aunque nunca recibió un nombre oficial de parte de la Unión Astronómica Internacional, Reinmuth designó a su asteroide Hermes, el mensajero de los dioses en la mitología griega.
Todo iba a cambiar en la madrugada del 15 de octubre de 2003. Esa noche, el astrónomo Brian Skiff, integrante del programa LONEOS (Lowell Observatory Near-Earth Object Search, o búsqueda de objetos cercanos a la Tierra del Observatorio Lowell), en Arizona, obtuvo cuatro imágenes de un objeto desconocido. Rápidamente, las envió al Minor Planet Center (Centro de Planetas Menores) en Cambridge, Massachusetts, donde Timothy Spahr realizó un cálculo preliminar de su órbita, determinando que resultaba idéntica a la del desaparecido Hermes. Algunas observaciones adicionales del astrónomo James Young, realizadas poco antes del amanecer desde el Observatorio Table Mountain en California, esa misma noche, permitieron determinar que se trataba del mismo asteroide descubierto por Reinmuth.
Para terminar de confirmarlo, hacía falta relacionar dinámicamente las posiciones orbitales de Hermes en 1937 con las de su aparición en el presente, para lo cual se utilizó el poderoso software Sentry del Jet Propulsion Laboratory (JPL) de la NASA. Se descubrió que durante los últimos 66 años, Hermes se aproximó en ocho ocasiones a la Tierra y Venus, incluyendo un paso a 0,06 UA de nuestro planeta en 1942. Los sucesivos encuentros han modificado su trayectoria, haciendo que su órbita sea caótica, y por lo tanto, imposible de predecir con exactitud.
De acuerdo a su brillo, se estimó que Hermes tiene de uno a dos kilómetros de diámetro, un tamaño algo mayor al indicado por los cálculos posteriores a su descubrimiento en 1937. Además, se determinó que su órbita va a acercarlo nuevamente a nuestro planeta el 4 de noviembre, momento en el cual brillará con magnitud 13, atravesando las constelaciones de Cetus, Piscis y Aquarius a razón de unos 7° por día, y resultará fácilmente observable para los aficionados que cuenten con telescopios de más de ocho pulgadas de diámetro.
A diferencia de su aproximación de hace 66 años, cuando pasó a 450.000 kilómetros de nuestro planeta, en esta ocasión lo hará a unos 7.157.000 kilómetros, una distancia nueve veces mayor. Además, se determinó que Hermes no se acercará a más de 0,02 UA de nuestro planeta en los próximos cien años. Sin embargo, la posibilidad de futuros encuentros cercanos con Hermes lo coloca definitivamente en la lista de asteroides potencialmente peligrosos para nuestro planeta.
Aprovechando la cercanía del objeto, en las noches del 18 y el 20 de octubre, el astrónomo Jean-Luc Margot y nueve colegas de la Universidad de California, Estados Unidos, enviaron pulsos de radar de alta frecuencia hacia Hermes mediante la antena de 305 metros de diámetro del Observatorio de Arecibo, en Puerto Rico. La recepción de un eco doble de radar reveló la inesperada naturaleza de Hermes, causando una sorpresa aún mayor.
El equipo de Margot detectó una separación de 150 metros entre ambos ecos en la primera noche y de 600 metros en la segunda, una clara demostración de que el asteroide consiste en realidad de dos objetos separados, cada uno de 300 a 450 metros de diámetro, orbitándose mutuamente en un período de 13 a 21 horas. Esto convierte a Hermes en uno de los pocos asteroides binarios conocidos hasta el momento.